viernes, 29 de julio de 2011

Experiencias de voluntarios en ACP

El ciclo más difícil de olvidar.


“Necesito tres amigos para el concierto de Alejandro Fernández”. Esa fue la frase que me invitó a participar en el SAM por allá en septiembre de 2006. Pensé que sería una experiencia puntual mi participación en la ACP como voluntario, pero fue el comienzo de dos grandes años.

El comienzo fue irregular, cuando necesitaban voluntarios para ir a los conciertos para dar difusión acerca de la línea gratuita de información juvenil (hoy línea gratuita de atención telefónica de apoyo psicosocial e información juvenil) me prestaba el primero, aunque casi nunca me quedé a ningún concierto. Y es que a mí lo que realmente me llenaba de vida era el contacto directo con la gente, cuando mostraban interés hacia la tarjeta y, por supuesto, cuando no. En este sentido, son numerosas las anécdotas que me vienen a la cabeza. Por citar uno, cuando comencé a hablar con un señor sobre la tarjeta, se mostró reticente y para que lo dejase marchar me dijo que era analfabeto, sin embargo, en cuanto se giró y dio dos pasos, volvió hacia mí preguntándome dónde se encontraba la calle Betsaida, la cual aparecía escrita y él no conseguía ubicarla.

Siempre que colaboraba en alguna actividad volvía entusiasmado a casa, por lo que decidí incrementar mi participación en ACP. Un dato que no he mencionado hasta el momento, es que comencé cuando tenía 16 años, es decir, mi dedicación como voluntario fue mi primera experiencia fuera de los pupitres, de cara al mercado laboral. Así, comencé a asistir al botellódromo del momento (el Paseo de los Curas), al premio del Aguinaldo de los 40P… Y en alguna ocasión fui a Ojén, a difundir la línea 900 100 118 (lo siento, tenía que escribirlo). De aquella experiencia en Ojén, donde pernoctamos, podría afirmar que es una de las más positivas de mis recuerdos en el SAM, por no decir la que más, ya que supuso un nuevo mundo de sensaciones para mí. Experimenté por primera vez ese extraño apoteosis de conocer a tus ídolos (en aquel entonces Melocos, hoy por hoy no me reconozco) y además regalarles unos preservativos con la ilusión de que lo tomasen como una sugerente invitación.

Tampoco puedo arrinconar en mi memoria el curso de Prevención del año 2007, del cual volví a casa con una depresión postvacacional semejante a la sufrida tras haber realizado los mejores viajes de mi existencia. A pesar de lo feliz que me sentía, todo tiene un final. Llegó el día en el que no me aprecié a la altura de compaginar mi carrera con el voluntariado, porque tengo el convencimiento de que un voluntariado supone un compromiso social, y por allá en el 2008 no me encontraba a la altura ni de mis propias expectativas. Así que en el séptimo aniversario del SAM, me coloqué el uniforme por última vez y lo disfruté como nunca.

Risas, sorpresas, excitación e, incluso, escalofríos, son algunos de los sentimientos que me invaden cuando pienso en cómo viví aquellos dos años. Actualmente, no puedo evitar que las lágrimas acudan a mis ojos cuando recuerdo mi experiencia ya pasada. Es por ello por lo que intento mantenerla viva, y no dejo de pensar en todas y cada una de las personas a las que conocí a través de ACP (ya sean profesionales o transeúntes), todas y cada una de las personas que contribuyeron a que me sintiese especial.

Robles de la Vega, Alehop!

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¡Hola a todos!

Me llamo Yasmina y soy voluntaria en ACP desde hace algunos meses. Cuando llegué, tenía en mente la idea de ayudar en tranquilos talleres preventivos para niños y, sin embargo, acabé a las tres de la madrugada repartiendo preservativos en festivales de rock y música house. Como podéis observar, la participación como voluntaria en prevención en festivales no era mi prioridad. Es por esto que me parece interesante contaros mi experiencia, ya que creo que mucha gente, al igual que yo, tiene una idea errónea y, sobre todo, infravalora la labor del Servicio de Atención a la Movida prestada por ACP.

El principal motivo por el que no me resultaba llamativa la idea de prevención en festivales era porque pensaba que, con ello, no podíamos ayudar mucho. Pensaba que nos dedicaríamos a estar en un stand con flayers sobre información de drogas esperando a que pasase el tiempo mientras alguna que otra persona (pocos, muy pocos) llegasen a coger alguno y se fuesen sin más. Además, no dudé ni un segundo en que todos aquellos que se acercasen al stand serían jóvenes que, sin lugar a dudas, serían los más informados, los más responsables y, desde luego, los que menos necesitarían pasar por allí. Cuál fue mi sorpresa el primer día cuando pude observar que, no sólo eran muchos los que se acercaban, sino que también preguntaban sus dudas, realmente había cosas que deseaban saber y nosotras podíamos ayudarles mediante una información verídica. Algunos tenían ideas erróneas sobre algunos conceptos, otros te preguntaban sobre factores personales… en definitiva, me pareció que era importante que esos jóvenes obtuvieran respuestas adecuadas y no las que podrían obtener fiándose de amigos, mitos o internet. A lo largo de mi intervención en festivales pude comprobar cómo se acercaban personas que habían tomado algún tipo de droga para preguntarte por los efectos o interacciones, parejas a las que realmente les resultaría útil ese preservativo que acababan de coger, niños que simplemente empezaban a conocerlos y a sentirlos como algo normal que podrían utilizar en años posteriores, padres que cogían información para llevársela a sus hijos o sobrinos, adolescentes que cogían pegatinas con nuestro número de información para pegarlas en sus carpetas…

En definitiva, mi paso por el servicio de atención a la movida me ha mostrado que se pueden hacer cosas, que es útil la prevención en drogas y, sobre todo, que merece la pena dedicar un poco de tu tiempo si con ello vas a ayudar, aunque sea mínimamente, a conseguir una juventud más consciente y más sana.

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